La luminosidad flúor y sus contrastes en blanco y negro, por Nelly Richard

La luminosidad flúor y sus contrastes en blanco y negro

Sobre “Inflamadas de retórica: escrituras promiscuas para una tecno-decolonialidad” de Jorge Díaz y Johan Mijail. Editorial Desbordes, Colección escrituras del desastre, 2016.

Nelly Richard

ensayista feminista y crítica cutural

 

 

Al decir “el ego es un error” y al decirlo entre dos sin que sepamos quién es quién, Jorge Díaz y Johan Mijail violan el sello individualista y privatizador del sujeto que defiende la tradición humanista-burgués y la doctrina neoliberal. Lo tachan como una fatal errata del sistema de coordenadas que define el yo (lo propio) como algo inexpropiable. Jorge Díaz y Johan Mijaíl resuelven de partida orientar sus talentos creativos y su inteligencia crítica hacia el más que uno y, sobre todo, hacia el más que dos, es decir, hacia lo inabarcable de una suma de varios, de muchos, que empuja colectividades enteras hacia lo múltiple-excedentario. Así funciona la CUDS.  Escribir entre dos es una primera zona de pasaje y travesías hacia un colectivo universitario, una tribu nómada, una asociación ilícita, una junta de vecinas, una organización comunal, una federación autónoma, una sociedad de socorros mutuos, una comunidad anarcobarroca.    

Jorge Díaz y Johan Mijail se pronuncian fervientemente contra la clausura binaria (hombre-mujer) y, también “contra la línea recta”. Apuestan a lo desviante -a las sinuosidades y oblicuidades del cuerpo y de la letra- para salvarse de la tiranía de lo mayoritario que nos aplasta con sus mezquinos promedios de conformidad y obediencia. La línea recta tiene múltiples caras: la del “fascismo del sentido común” cuyo lenguaje práctico castiga el vuelo de las metáforas; la de la heteronormatividad genérico-sexual; la de la moral cristiana, el mito de la familia y su condena anti-aborto; la de la prepotencia del academicismo cuyas selecciones bibliográficas menosprecian cualquier saber de extramuros; la del anti-intelectualismo que rechaza a la teoría para que las prácticas sociales no autorreflexionen sobre la relación que las constituye entre discurso e ideología; la del mercado cultural y de su falso pluralismo de lo diverso; la de la izquierda conservadora que mata el “devenir revolución” de las partículas rebeldes, etc… Jorge Díaz y Johan Mijail libran atrevidas batallas (de estilo y pensamiento) contra las verticales del sentido recto de lo único, lo unitario, lo uniforme, lo unívoco. Este conjunto de batallas converge en un vocablo predilecto -“promiscuidad” – que celebra los desórdenes y los contagios, las afecciones y las infecciones de cuerpos extraños que transitan sin miedo por áreas de contrabando. La “promiscuidad” (mezcla, confusión y revoltura) es la suma híbrida de todo lo que amenaza con desintegrar lo Uno con la turbiedad de sus defectos e impurezas.

Entran en la categoría de lo promiscuo, primero, los textos de este libro nacidos de disímiles formatos editoriales: “poemas, fragmentos de ponencia o columnas en periódicos, partes de e-mails , estados de facebook, … críticas activistas, declaraciones de amor,… pequeños ensayos contra-académicos”. Esta promiscuidad de registros sueltos transgrede la unidad de estilo como sagrada convención literaria. “Promiscuidad” es, entonces, una revoltura de voces cuyas modalidades heterogéneas le imprimen diferentes ritmos a la palabra escrita: desde la expedita velocidad del intercambio electrónico (el Facebook) hasta las pausas de una lectura que elige demorarse en cada nudo de complejidad semántica (el poema, el ensayo), pasando por la urgencia combativa del panfleto, el manifiesto o el grafiti de la crítica activista. “Promiscuidad” es también, en este libro, la mezcla de campos de saberes, artesanías, técnicas y militancias (la biología, la poesía, la performance, el feminismo, etc… ) que se rebelan contra la jerarquía de algún dominio de conocimiento más legítimo u autorizado que otros. “Promiscuidad” es el flujo poético-político de revueltas de género que huyen de los aparatos de captura y fijación de las identidades, migrando hacia el Sur sin apartar la mirada de su horizonte descolonizador.  

Hablando de cruces y travesías: lo “trans” del “trans-feminismo” –que exalta este libro- opera como un guion emancipador que lucha contra el enrolamiento programático del “yo” y del “nosotros” o “nosotras” como bloques de representación sin fisuras ni intersticios. Aquí el transfeminismo alude a identidades segmentadas, relacionales y contingentes, múltiplemente transitivas en sus combinaciones de raza, sexo y género, y que usan el recurso móvil de subjetividades en proceso -y en suspenso- para vencer la rigidez de las codificaciones dominantes.        

Uno de los capítulos del libro se llama “feminismos y disidencia sexual”. Me gusta –me importa- el sentido reconocimiento de Jorge Díaz y Johan Mijail hacia “los feminismos” como saberes negados -aprendidos de otras y reinventados por ellos- que liberan a cuerpos y experiencias de los condicionamientos de lo masculino. El libro nunca abandona el cuestionamiento antipatriarcal de la sexualidad dominante, a diferencia de una cierta literatura queer que se apresuró en considerarlo superfluo. Esta insistencia y persistencia de la CUDS y de este libro en defender la memoria feminista debe ser relevado localmente como un acto de resistencia crítica a las modas hemisféricas de lo queer: unas modas que han disuelto el referente político-conceptual del feminismo en la exagerada fluidez de sus corrientes “trans”.

Este libro kuir -con la deformación ortográfica de un vocablo re-acentuado desde el Sur- no tiene pudor sino más bien orgullo en reclamarse del feminismo, a diferencia de lo que sucede con el movimiento gay o bien, en el campo académico, con los programas de estudios de género que lo omiten o descartan por considerarlo extemporáneo. Aquí todo lo contrario: los feminismos son reivindicados por Jorge Díaz y Johan Mijail en la dimensión formativa y conectiva de sus enlaces de identidad: unos enlaces transcorporizados pero nunca deshistorizados. Desplegar estos enlaces feministas en las universidades, en el arte y en la ciencia, en las calles y en las páginas Web, en el Museo y en las editoriales, representa una de las dimensiones más agitadoras del trabajo de la CUDS que nació disconforme, a contracorriente de las aguas pacificadas del consenso liberal, académico u homosexual.  

Jorge Díaz y Johan Mijail buscan, en las páginas de este libro, zafarse de lo que el origen del sexo y de la raza dibujó en sus cuerpos como marcas supuestamente naturales, es decir, invariables y definitivas. Yo comparto con ambos autores –además de la reivindicación feminista- su afiebrado gusto por el quiebre escritural, los desmontajes performáticos, la fragmentación de los géneros, las disyunciones identitarias como salidas de libreto que atentan contra la norma, la normalidad y la normatividad de lo sexual y socialmente prescrito. Adhiero a su poética fronteriza de la desubicación y del atravesamiento. Pero celebro sobre todo el modo en cómo este libro intercala en el desfile queer de las poses de catálogo, la inquietud de sus existencias frágiles, la amargura de sus dramas cotidianos, la oscuridad de una pena negra, los residuos y cicatrices de daños y perjuicios en sus vidas de todos los días. Este libro de “mirada torcida” (lo queer) es capaz de acoger solidariamente el lamento del “ojo abatido”: un ojo a veces cansado, escéptico o desfalleciente, que se siente tocado por la decepción o el fracaso. Es este “ojo abatido” por las crudas realidades de violencia, explotación y segregación de las vidas marginales -un ojo que no se finge triunfante ni invencible- el que frustra la idealización queer del culto de lo postizo que se deja deslumbrar por cualquier ostentación de lo estrafalario.

La portada de este libro –sin duda confabulada por los autores- hace un llamado de atención visual sobre dos cuerpos que contradicen el glamour del estilo queer y sus subversiones paródicas, al posar sin máscaras ni vestiduras ni cosméticas. La austeridad del blanco y negro de Paz Errázuriz, el eje frontal de la pose recta (que desmiente lo doblado y torcido de las poses queer), la nitidez de su trazo fotográfico que no disimula la vulnerabilidad de los retratados, marcan un intervalo –un intervalo que es necesario medir como descalce crítico para no confundirnos en que todo se parece a todo- entre los cuerpos desnudos y los cuerpos trasvestidos, los cuerpos asignados por la naturaleza y los cuerpos ficcionalmente reinventados, los cuerpos comunes y corrientes y los cuerpos de excepción, los cuerpo soñados y los cuerpos cuyo sueño de permutabilidad infinita se topa con las barreras y obstáculos de vidas restringidas por limitaciones y, también, amenazadas por persecuciones. Es notable que la única intervención a la desnuda fotografía de estos cuerpos sin retoques, sea la del artista Felipe Rivas que enmarca los rostros con el signo TAG de señalización biométrica de Facebook: un signo que vuelve omnipresente la sospecha de que son muchos los aparatos de medición y control que buscan etiquetar diariamente los rostros (de consumidores y ciudadanos) mediante distintas tecnologías de vigilancia social de sus gustos y conductas. El desnudo fotográfico de cuerpos sin más vestidura que la de su domesticidad en el espejo; el recuadro de las identificaciones digitales de rostros en pantallas electrónicas bajo eventual fichaje policial, llevan la portada de este libro a servirnos de recordatorio y de advertencia. El mundo que habitamos no se mimetiza tan fácilmente con el mundo simulado por la performatividad queer. Existe un afuera de lo queer que permanece refractario a lo mutable y lo volteable de aquellos cuerpos que destinan su plasticidad a satisfacer meros caprichos de trasnoche; un afuera que deja en claro –negro sobre blanco, al igual que la portada-, que no todos los cuerpos gozan igualitariamente de de la misma capacidad metamórfica que barajan teatralmente los juegos de la carnavalización sexual.  

En un hermoso fragmento del libro, Jorge Díaz y Johan Mijail hablan del flúor como de un “átomo electronegativo” cuya “nube electrónica no está completa”. Una nube, entonces, cuyo fulgor depende siempre de la interacción con otros tipos de energías para que resalte la artificialidad de su color. Esta bella metáfora de la fluorescencia como negatividad radical (la escritura, el feminismo, la teoría, el activismo) que se ornamenta dentro del libro adquiere todo su esplendor en el preciso contraste con el afuera de su portada: el monocromo del blanco y negro fotográfico con su señalética facial de la sospecha. La portada del libro de Jorge Díaz y Johan Mijail nos hace saber que sus autores saben que la visualidad de los cuerpos diarios –castigados, mortificados- no está hecha de pura luminiscencia o fosforescencia. La artificialidad de un color-metáfora (el flúor) se exacerba aquí gracias a la severidad contrastante del blanco y negro que actúa, desde la portada, como suplemento de conciencia crítica y social hecho para corregir las evasivas de un cierto desquiciamiento queer que prescinde de cualquier dato de realidad para engañarse con la mistificación de puros cuerpos fingidos.

Entre frases y frases, este libro desliza las siguientes palabras: “lo queremos todo pero el cuerpo no alcanza para todo”. Esta frase –de la que renegaría la exageración queer- delata una convicción periférica, subalterna, respecto de las condiciones de precariedad y despojo que asedian a los sujetos de la carencia. Pero la gracia – el virtuosismo- del libro consiste en que esta convicción periférica de la precariedad y el despojo no inhibe el recurso lujoso -suntuario- de la acumulación y saturación hiperretóricas que superponen y multiplican vocablos en torno a la falla. Este libro sigue confiando en los artificios de la creatividad barroca y anarca, para transfigurar hambres y miserias escribiendo sus llagas y estigmas con letras de neón. Es esta puesta en tensión entre, por un lado, la vibración cromática de lo flúor y, por otro, la ética del blanco y negro sujeta al rigor y la escasez la que hace que este libro propague la irradiante electronegatividad de un átomo singular cuyas ondas se transmiten desde la conciencia aguda de lo plural-contradictorio. Un átomo tan singular que opaca el reflejo queer de la academia internacional dejándola sumergida (con todas sus comodidades y desprecios) en la neutralidad de lo grisáceo, sin las vibraciones intensivas que nacen de la contradicción plural entre, por un lado, el mundo fantaseado por los disfraces queer como un mundo enteramente disponible para cualquier extravagancia y, por otro, el mundo hostil de una suma de adversidades (injustica social, explotación y segregación) con el que batallan a diario las vidas precarias.

Octubre, 2016

 

(una versión abreviada de este texto, se publicó en el número V de la Revista Palabra Pública de la Vice-rectoría de la Universidad de Chile. Se puede descargar en el siguiente link: http://www.libros.uchile.cl/files/revistas/DIRCOM/PalabraPublica/05-abril2017/)

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