Artificios para una Erótica. Sobre «Irreverente” de Héctor Margaritas, por Iv-n Figueroa Taucán

Por Iv-n Figueroa Taucán, Colectivo Lemebel


 

 

Margarita es un trago. No sé muy bien qué contendrá, pero debe ser un destilado que se sirve en una copa bonita, de esas bien abiertas por arriba. Jamás he probado un Margarita (¿una Margarita?)

Margarita también es una flor no muy grande, de tallo verde, pétalos blancos y centro amarillo.

Nunca he bebido ese trago ni visto esa flor, pero me los súper imagino.

A ti creo que te conozco un poco más de cerca, Margaritas. Supe de tus largos dedos arañando espaldas, antes que tu nombre.

Te quería contar dos cositas. En realidad, más, pero se resumen en dos. La primera es que este texto va sin editar, es pura honestidad de trasnoche y primera versión post lectura. Lo segundo, son los lugares donde te leí:

  • El baño del gam
  • Una biblioteca pública
  • La micro camino a la casa de un cuico que me rechazó por mariposa
  • Las sábanas de mi cama en noches que te guardé

Quiero hablar de tu erótica. Sin vida no hay texto, tus palabras no están vacías y es esa experiencia –que no es solo tuya, que es nuestra, de quienes compartimos tu erótica- la que me interesa. (Permíteme, por un rato, cambiar de voz)

Si pudiésemos darle un número del 1 al 10 a la deseabilidad en el espectro hegemónico de lo homosexual, las bellezas masculinas se concentrarían en torno al 10; mientras las femeninas y los cuerpos fofos al extremo contrario. Existe un homo relato del zigzagueo promiscuo narrado desde el 10: desde el sentirse cotizado, rico, los cuerpos lindos, desde poder jotear y ser joteado al caminar, configurando –sin saberlo- una urbanidad paralela y oculta al ojo promedio.

A aquello, coexiste otro relato, más cercano a las cifras bajas de nuestro espectro imaginario: el travestismo prostibular de aquellas primas que aprendieron a escribir y vieron en la historia de lxs desviadxs, su memoria a reconstruir.

Me parece básico decir que “Irreverente” se encuentra en el centro, porque no es así. La cuerpa que habla es escurridiza, se deja entrever levemente entre los pliegues de las sábanas blancas que le sirven de lienzo. En cada palabra imagino desnudez, piel morena, cabellos negros y unos labios rojos como artificio travesti, insolentes al falo que se les presenta dispuesto a llenar de sangre sus concavidades.

Siento empatía, veo mi evolución en el desarrollo del poemario. Contiene textos antiguos, que la autora decidió publicar intactos. No sé cuáles son, pero tiendo a pensar que son los primeros, agrupados en las primeras páginas del apartado “Irreverencia la mía”. Allí, Margaritas habla de sí mismx como un ser afeminado, que de pequeñx no calzaba en lugares donde debía socializar con gente de su edad. “Soy gay, y también hombre (aunque me griten maricón)”, escribe.

Cuando leí hombre, me quedé pegada. Pensando mucho rato. Hombre. Hombre. Hombre.

¿A qué les remite la palabra hombre?

Margaritas, ¡sal del closet de nuevo!, pensé. Tú no eres un hombre gay.

La artesanía de la palabra autoral deja ver un segundo artificio en el paso del tiempo como propulsor de la reconfiguración constante de una identidad. El hombre gay tiene un lugar en el mundo diferente al del maricón. Las páginas avanzan y la palabra gay desaparece por completo. El hombre que la enunciaba se disuelve, para dar paso a un cuerpo de largos dedos y labios rojos. Una erótica de lo indeseable, que no es mártir, ni víctima, ni se enuncia desde el rechazo por parte de los lindos cuerpos del merchandising diverso. Es una figura sexualizada que nos habla caliente de lo que le gustaría que sucediese, como escuchar un poema recitado por un chico de linda voz; de sus pensamientos cuando queda sola y con el culo abierto sobre su cama, como pensar en su demencia fingida al hablar de literatura para develar las intenciones de un hombre; de sus anhelos de libertad para los niños afeminados, escribiéndoles una ronda a puro amor.

Leyéndola pienso en Gabriela Mistral, con sus planes de camiona infiltrada en el currículum estatal para hablarle a lxs niñxs de libertad. También pienso en la Pedro Lemebel, emplumada, drogada y lúcida en su mirar la ciudad. “Irreverente” plasma en verso a las locas reprimidas en cuerpos masculinos, cuarentones, eclesiásticos y errantes. Pero no. Es solo una ilusión, la narrativa es diferente y me sorprende la emocionalidad que transmite, pues no es la rabia inherente, ni la inocencia como disfraz. Hay en Héctor Margaritas un deseo tremendo de vergas jugosas, rondas afeminadas y amigas resucitadas que no podría provenir de otro lugar mas que desde la profunda pasión, plasmada como tal.

El género es estratégico, en especial en la cama. A veces tengo 15, a veces 21. A veces me mujereo, otras soy un muchachito. La Margaritas también deviene muchachito cuando así lo desea. Pero el artificio del tiempo y el género hacen lo suyo sobre las proyecciones del cuerpo y la palabra, pues su devenir travesti no es porque sí. Llega un punto en que la cuerpa ya no nos contiene, la letra conocida ya no nos soporta y cede ante nuestras obstinaciones. Cada vez es más difícil volver al muchachito estratégico, a los amoríos de hombre gay o a la neutralidad pública de la normalidad aparente. Nuestra presencia termina por transmitir otra cosa, la cuerpa se torna sospechosa y el hocico rojo se ve cada vez más parecido a la sangre recién bombeada por el corazón.

Enunciarse hombre homosexual es un sinsentido cuando tu poética es de maricón travesti. A esto quería llegar con mi insistencia en los artificios que “Irreverente” no intenta ocultar, sino que expone sin vacilaciones. Así, derriba las categorías preexistentes para hablar de la mutación constante en el lenguaje que la experiencia hace florecer.

No escribe de la identidad por la identidad, como si eso tuviese un valor real. Escribe de lo sexual como una política transversal a la existencia y se preocupa de hacer memoria. La Historia ya no la conforman los Héroes de la Patria, la bandera, los escritores del Boom o los mártires de la revolución, es le niñx monstrux, el errar coliza por el centro, las travas latinoamericanas asesinadas en nombre de la salubridad y las mujeres organizadas las que pasan a conformar su pasado, nuestras memorias.

Por eso, prima pop, la Margaritas exclama, “no se desmemorien, aunque el verso pese”, no porque sea fácil ni porque potencie la noche de vacile, sino porque es necesario para no terminar en libros de Historia tradicionales como un simple ánimo de época.

 

Cambio de voz nuevamente, para volver a dirigirme a ti, amiga. Que nos regalas años de escritura impregnada de fluidos, dolores y esperanzas. Hablas de tu culo como centro emancipatorio de placer, y tu activismo proviene de ese sitio de tu hermosa cuerpa. Tu terrorismo está en la unión intima en honor al goce, cada vez que derrumbas masculinidades introduciendo tus largos dedos de profesora en anos cerrados a pura ideología. Ahora quiero ser yo el chico de voz dulce que te recite poesía:

“Se sube encima mío

pero mi calentura es mayor y me subo yo

encima de él

me froto

lo siento erecto

me dice que pare/que pare/ que pare

quiere ser él el dominante

pero yo no quiero ser su alumno

yo ya sé lo que él también sabe

le meto un dedo en el culo

no lo resiste

lo hago de nuevo

lo beso/ en el cuello/ las mejillas/

pómulos/ labios;

ahora siento como esa parte no colonizada

comienza abrirse a excitarse a aullar:

Entonces, entre silencios y manoseos

al oído, me dice,

que siga: que siga: que siga…”

 

Héctor Margaritas  es poeta y critico chileno. Su trabajo tiene una mirada social que apunta también a la diversidad, revolución y disidencia. Trabaja en proyectos colectivos de fotografía y arte feminista. “Irreverente. De la libertad al erotismo”, es su primer libro. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fotografía: Nicole M. Alucema

 

 


 

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